Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
En el marco de la Décima Feria del Libro de Caá Catí se celebró el trigésimo aniversario de la aparición de la revista Pájaro de Tinta. Tal celebración consistió en la presentación de un número especial ilustrado por Eugenio Led y Julio Monzón Geneyro, cuya edición estuvo a cargo del poeta Heraldo Vallejos y otros. Los nuevos colaboradores de la revista recitaron junto con los más veteranos.
Transcribimos aquí el editorial que me tocó escribir para contar cómo fue la cocina del primer número:
“Algún día contaré que el primer número de la revista Pájaro de Tinta surgió por puro entusiasmo y atrevimiento ya que no teníamos medios ni experiencia alguna más que las ganas de “hacer”. Alguna vez contaré que aquel primer número lo maquetamos en un procesador de texto que, acaso, no sabíamos manejarlo del todo. Que los ejemplares eran fotocopiados.
Que el dibujo de la portada lo afanamos del diario La Nación. Que las manos me temblaban cuando entrevisté a María Kodama en Buenos Aires. ¿Para qué medio la entrevista? me había preguntado; y yo, no menos tembloroso, había respondido que para Pájaro de Tinta.
Algún día contaré que el poeta Sánchez Aguilar decía que nuestra revista era “religiosa” porque salía cada vez que Dios quería; y cuánta razón, porque era hija del entusiasmo, palabra cuya etimología nos remite justamente a “estar endiosado”.
Contaré lo que todos sabemos: que José Alarcón era un yunque, que cuando nos desanimábamos él sacaba fuerza y que así, sin darnos cuenta, han pasado treinta años. También casi sin darnos cuenta Cho Ala se fue hace más de quince y parece que fue ayer o mejor dicho: es hoy todavía porque los poetas no mueren, se quedan encantados”.
De las más de veinte colaboradores que aparecen en este número creemos justo recordar especialmente la palabra de quien ya no está: José Alarcón, este poeta nacido en El Dorado, Misiones, en 1958; y fallecido en Caá Catí, en el 2006.
¡Salud, poesía y libaciones!
Muestrario mínimo
En mi yegua sombría
Relincha todavía
en la rendija azul de mi tranquera
la yegua sombría
del ruin jinete gris
trino dorado y llovido
de mi abismo
mainumbí goteado
de los sueños hediondos
de cada aurora
Escarbo
entonces
la carroña que queda entre mis carnes
o la carne que queda en mi carroña
para asustar
al horizonte de cada cuervo
y mover la presa
colgada de los ganchos de mis ojos
Y gris más gris de tarde anochecida
palabra sin boca
mirada sin ojo
se desenreda mi piel
papiro indescifrable
para los huesos
sin carne
que retozan
en la arena
Celebraciones grises
Vibran celebraciones
celebraciones grises
balanceándose en mis ojos
Son las lunas repetidas
quedadas una vez
sobre la arena
Caricias rosas que no cesan
y ese masaje
al sueño
de estar aquí al alcance
de unos roces a veces sólo míos
aleteo del aliento
derramado
un instante
en mi boca
Tal vez
chasquidos
de labios azules
interrumpan los trinos elegíacos
la visión fugaz
de mi jinete gris
perplejo
levitando en el lomo bayo
del abismo
Grisedad tardía
Sueños tibios
en la grisedad tardía
de unos ojos
más allá
de mis ojos
Instantes trabados
por la canción fugaz
hincada
en mi pecho
Me extiendo
Ahuyento mis manos
hacia
los bordes infinitos
heridos de horizontes
Caigo
en el vuelo audaz
del yopájaro nacido otra vez
en el suspiro último
del último precipicio
Allá
una luna lechosa
madre
del hueco en mi pecho
Aquí
la penumbra constante
del voraz jinete gris
excavador
de sueños
Navegando
Un hilo filoso de
[horizonte muerto
corta los ojos nauseabundos
de la hora nunca repetida
Navego
Navego pez rojizo en la cara ascendental
de la moneda briosa
que me cabalga
las costillas
taconeando las verijas
de mis sueños
Y el punto nunca repetido
se viste de amarillo
en los bolsillos rotos
de cada abismo abierto
como boca
en cada boca
Y beso
verso sumergido en la garganta
cada azulidad en los ojos
cada protuberancia verbal
de genio no asumido
Y beso
la quietud aterradora
de mi mirada enferma
Con la plegaria laberinto
Te siento
plegaria
laberinto
enroscada en las carnes ya verdes
de mímismo
Vienes agazapada
hurgando otredades iridiscentes
oteando ventoleras marrones de cigarros
con señales de pretéritos
heridos en la chuzacaña
muerta en el estero
Y se me emponzoña
la lenguagarganta con el trago blanco
quemador
trotador
de otros laberintos
muertos
en la fragua
lamifragua
bullidora
de siluetas desfiladoras de horizontes
Y vuelvo
me vuelvo
vuelo de mi vuelo
penetrador
de sombras quedadas
en la humedad
del besosueño
Yoambulación
A veces
Casi siempre
una runfla deforme
juerga
o ronda de vaivenes amarillos
me apretuja
las sombras dueñas de mi borde
atemporal
poseso y roto
Yoído
Yosueño
Yoambulación de otredades
exploto
entonces en milusión
cabalgadura zaina
en el punto nunca dibujado
y me enhebro
lamido ávido de pájaro bebido
en mil ráfagas gélidas
vacíos de poeta
para sorber
la iridiscencia ebria
de la luz todavía virgen
derramada
en el regazo de mi abismo
Jinete gris I
Aterrizó
un jinete gris
en los labios fruncidos
de mi puerta
masticador de auroras amarillas
y se me apagó
el tambor
bajo la piel
presagio tibio
puñal quedado muerto
apuntando el sueño
desde un antes
Entonces
hurgué la huella dormida
el sueño eterno dibujado
y encontré en los bordes
de mis ojos
los de antes
la sombrasiempre
agazapada
en la tierra negra
de las uñas
donde el jinete gris
amansaba mi aliento
y masticaba mi piel
pájaro tibio
derramado
en el hueco
en mi costado
(de El jinete gris, 2015)
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