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Las monjas de Itatí

Moglia Ediciones. Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”.

Cuando uno habla de monjas a algunos les brota un espíritu de santidad, a otros les sale urticarias, no está de más recordar que no hace mucho tiempo las monjas ocupaban los hospitales públicos, sanatorios y salas de primeros auxilios. O eras cristiano o te ibas al infierno, simplemente era así, tanto fue su abuso que el gobierno provincial dispuso la expulsión de todas de las mencionadas instituciones ayudados por el Concilio Vaticano Segundo que cambió el rol de esposas de un dios, para convertirse en siervas de la fe en sus refugios; miles dejaron la iglesia ante tamaño dislate. 

Vayamos a los hechos. 

Una de las familias más antiguas de Corrientes que figura en los títulos de propiedad de la finca de Salta esquina Quintana, a media cuadra del edificio del Cabildo, era la de Villegas que escondieron un tesoro inmenso en la casa aledaña al edificio del Ayuntamiento descubierto en el siglo XX, que también formaba parte de su propiedad. 

Algunos exponen que don Villegas era un glorioso marino, otros un gran contrabandista; fue tildado de corsario como el Almirante Brown, sin embargo lo más probable por ser navegante, era que se dedicara al infame tráfico negrero que dejaba grandes dividendos a los que lo practicaban, siendo la muy católica España uno de los últimos países en suprimir el nefasto tráfico, en nombre de dios y todos los santos, negros y blancos recibían la marca de la propiedad en calidad de cosa registrable. 

El caso es que estos Villegas además de dejar para la posteridad un tesoro inmenso, pegado a la pared del negocio de la esquina de los Claver Gallino, que estaban emparentados con los Pujol, denominado en su momento de los Tres Horcones, tuvieron descendencia, que probablemente existan en éstos tiempos y que no tienen ninguna mácula, porque lo que hicieron sus ancestros no los tiñe ni pinta para nada, ni para bien ni para mal, queda claro el concepto, no entremos en desaciertos injustos. 

En el interior por la zona de San Cosme o Itatí tenían campos, indican algunos pero no tenemos los papeles ni registros que lo acrediten. 

El caso es que parece ser que vivían en Itatí, antigua Reducción Franciscana, que como se imaginarán era como vivir en la colonia misma hasta hace poco tiempo. Lugar oscuro, retrasado, de calles de arena y absoluto dominio clerical, lógicamente con algunos revolucionarios como el alemán, dueño de un comedor por la calle que baja desde la iglesia a la Prefectura Naval, o resistentes silenciosos como doña Blanca la encargada de la casa de los Promeseros, lugar mugriento como él solo en ese entonces, que no ha cambiado mucho. Itatí sigue sumida en el tiempo del oscurantismo, salvo alguna que otra noticia de tráfico de drogas por ejemplo. 

Recuerdo que en épocas de los carnavales los corsos se hacían en la única arteria con asfalto que era la iba camino al puerto, pasaba detrás de la Casa de los Promeseros. 

Los bailes se realizaban en el playón del puerto, los jóvenes hombres y mujeres, se escapaban de sus casas para gozar de cierta libertad, condicionada por supuesto, porque los curas mandaban a sus espías a levantar en detalle el listado de los presentes en la fiesta pagana, para que el día siguiente en plena misa, el cura señalara con el dedo grosero e indigno a los pecadores carnavaleros. 

En ese lugar, las hijas de los Villegas pasaban su tiempo bajo las casas de galerías tomando mate, comiendo raspadura, bebiendo algo de caña guaraní. Todos los productos que las paraguayas traían a la costa sin aduana alguna para vender, como bananas pequeñas llamadas de oro o la miel de caña; metidos entre esas mercaderías venía algún whisky importado, cigarrillos y cigarros, la bebida extranjera era el Caballito Blanco. 

En Itatí conocieron a una jovencita que se iba a hacer monja, pariente del obispo Niella, de triste recuerdo en Corrientes, porque generaba terror en los chicos y niñas de la ciudad de Corrientes. Cuando ejercía su ministerio, veía diablos, sexo, más cuanta porquería reinaba en su mente, torturando a los que iban a confesarse; prácticamente eran arrastrados por las ayudantes de la iglesia y otros curas, para que el señor obispo tuviera alguien a quien enviar al mismo infierno. Uno de los torturados fue mi padre que tuvo el privilegio de mandar al obispo al mismo averno y tuvo que huir porque lo corrió. Lo expulsaron de la escuela Belgrano por su osadía, circunstancia que agradeció toda su vida; para peor mi madre, menor, tuvo la misma experiencia con el sujeto mencionado, tomó igual conducta al carajo con el confesor libidinoso. 

Este obispo era el que levantó la Cruz de San Juan por herética, como relata un historiador Federico Palma, que estaba en la calle Salta entre Plácido Martínez y Quintana; luchó infructuosamente contra el culto del Gaucho Gil, pero el santón triunfó por goleada en la contienda porque sigue tan vigente como antes. 

Una de las Niella -porque había muchas en Itatí y eran dominantes en el pueblo y les pertenecía desde la empresa de colectivos, buses o guaguas, hasta los negocios- ingresó como monja en la Misericordia de Corrientes; luego vivió en la casa de la esquina de la plaza central frente a un club de basquetbol en Itatí en diagonal con la iglesia vieja de Alegre. 

La casa era de galerías, hermosa y gallarda con amplio terreno que llegaba hasta la media cuadra hacia el río. 

Su vocación nació de la inspiración nacida del adoctrinamiento dogmático y cruel que sufrían los jóvenes del pueblo; maestro que no obedecía las órdenes monacales era despedido directamente sin recurso alguno. 

La pobre mujer, joven llena de temores y diablos en su mente eligió ser monja, soñando en la bondad y solidaridad, mansedumbre prometida a todo ser humano. 

Sin embargo, rápido aprendió que la letra con sangre entra. Se convirtió en carcelera de las pobres mujeres que vivían internadas en la Misericordia de Corrientes, guiada por su hermana o pariente, no sé qué pero también Niella que alcanzó el grado de superiora del convento escuela, que en otra jácara mencionamos. 

La casa donde vivieron en Itatí pasó a formar parte del patrimonio de la iglesia, como ocurría generalmente con todos los dominados por la institución. Tras la demolición, se convirtió en asilo de las monjas viejas que iban a esperar la muerte, acompañadas en la mayoría de los casos de su memoria triste y llorosa; historias llenas de dolor y sufrimiento que prodigaban en nombre de un Dios impiadoso, para su interpretación. 

Cuando visitaba el pueblo que conocía desde muy joven (hablo de la década de 1950) en adelante yo veía a estas dos monjas alojadas en ese lugar. La veía que hablaban solas y luchaban contra los demonios no las dejaban en paz. Lo expresaban a viva voz a pesar del esfuerzo de las cuidadoras para hacerlas callar. 

Juraban que escuchaban voces, gritos que las llamaban, las sombras negras que bailaban a su alrededor eran comunes en el escenario; eran las caritas inocentes de las pobres criaturas que fueron torturadas con sus malos tratos y pasaron el portal al otro barrio antes que ellas. 

Todo esto tuve conocimiento por haber atendido algunas sucesiones de Itatí, entre ellas las de un médico que era el único radicado en el pueblo, que tenía a escondidas la virtud de documentar sus experiencias extrañas, como las de las monjas Niella y muchas otras. Esos papeles cayeron en mis manos de casualidad, los leí con fruición por supuesto y hasta tuve el coraje de ingresar una vez con un médico psiquiatra, que me presentó como doctor, total era abogado, pero doctor al fin. 

Estas mujeres esperando a la muerte, rogando que viniera pronto a llevarlas, vivían padeciendo y rezando. 

Muchas velas, oraciones obtenidas del “Enchiridión Leonis Papae”, libro que venía de la época de mi pariente Carlomagno (que dicho sea de paso no me dejó ni un yelmo viejo de herencia), allá por los comienzos del cristianismo en el año 750 en adelante. 

Me llamó la atención una oración que decía claramente. Disculpen que la copie, las tenían impresas las monjas: “ORACIÓN contra toda suerte de encantamientos, maleficios, sortilegios, visiones, posesiones, obsesiones, ligaduras de casamientos, filtros y cuanto pudiera acontecer a una persona por causas de magia, o bien por mediación del demonio y de los malos espíritus, y asimismo es provechosa contra toda desgracia o enfermedad que pueda perjudicar a los ganados, aves y animales domésticos…” 

Y continuaba el rezo largo y tedioso sin efecto alguno, como si el dios al cual se dirigiera fuera sordo, cuando las palabras vienen a él de personas que no cumplieron con el mandato de ser buenas, empáticas y generosas. 

El terror con que vivían estas mujeres era comparable con el infierno mismo. Murieron por supuesto acompañadas de los espíritus que venían a buscarlas para que rindieran cuenta de su mal vivir, más los daños causados a inocentes durante su vida terrenal. 

En sus tumbas se perciben presencias adornadas de sombras negras, sigilosas, zigzagueantes que rondan, cuidando celosamente que no escapen los espíritus prisioneros malignos hacia ningún lado, vaya uno a saber adónde irán a parar las almas en pena. Cada cosa hay que leer y escuchar…, pero que ocurrieron, ocurrieron.

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