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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Un ajuste mal orientado y el cambio del cambio

 

Por José Luis Zampa

 

Un león dibujado con una taza entre sus garras. Y sobre la taza, la inscripción “Lágrimas de zurdos”. La sinceridad brutal del presidente ante el maremágnum humano que avanzó por distintas ciudades del país el pasado martes 23 de abril ratifica su obcecación por la persistencia. Una virtud y al mismo tiempo una desventaja, pues propios y extraños le reconocen su capacidad para ejecutar medidas sin importar costos políticos al mismo tiempo que observan el flanco débil de un gobierno reacio a la autocrítica y a la interpretación objetiva del comportamiento social.

¿Supo leer Javier Milei el mensaje de la marcha universitaria? A medias. Porque si bien liberó recursos y expresó a regañadientes que no está en sus planes cerrar universidades, mantuvo su actitud provocadora no sólo mediante el posteo del león bebedor de llantos sino en eventos posteriores como fue el caso de la cumbre empresaria convocada con motivo del aniversario de la Fundación Libertad, donde el jefe de Estado desplegó habilidades histriónicas para mofarse de sus críticos.

Hay exégetas benévolos que recomiendan valorar los resultados de la todavía joven administración mileista sin detenerse en las formas groseras que el número 1 del Ejecutivo Nacional abanica para deleite de su reducido núcleo duro de votantes y para perplejidad (¿o deberíamos decir desencanto?) de los independientes que lo eligieron con un sentido reprobatorio, dirigido a gestiones precedentes.

Sin embargo, en la esfera de los contratos (y elegir un representante para que gobierne a los demás es un compromiso contractual con una parte obligada a gestionar y otra parte cuya expectativa es vivir mejor) no se puede prescindir de las formas para hacer foco solamente en los objetivos. Por aquello de que el fin no justifica los medios, el déficit cero que persigue el presidente implica recorrer un calvario que sumerge -de momento- al 60 por ciento de la población en la pobreza.

La paleta de exentricidades consumadas por el morador de Olivos incluye metáforas sexuales (ejemplo de los niños envaselinados o aquel gag en el que se jactó de meterse en las sábanas de los fisgones digitales), así como los diálogos con su perro fantasma y el pavor ante un supuesto ataque comando en su dormitorio, cuando en realidad la que estaba entrando al cuarto era su ahora ex pareja Fátima Florez. A todo eso se suman su confesa admiración por Margareth Thatcher y la reverencia ante Donald Trump, cuando se dirigió al candidato republicano como si fuera un súbdito, utilizando el apelativo “my president”.

¿Está bien que el presidente de un país independiente genuflexione ante un candidato presidencial de otro país? ¿No es, acaso, un acto de renuncia a la propia soberanía por parte de quien se hinca ante el otro? Puede haber distintas miradas sobre el mismo episodio, pues Milei tiene derecho a expresar sus preferencias por más distorsivas que resulten, pero existe en la legislación vigente un principio de moral y buenas costumbres que, a ojos vista, ha sido vulnerado por quien ostenta la solemne investidura de mandatario de toda una Nación soberana. 

Todo indica que las exageraciones actorales de un presidente con pasado reciente como estrella del panelismo televisivo fungen como cortina de distracción para que no se hable de lo importante. Le conviene que se debata sobre si tiene cuatro o cinco perros, si está en amoríos con tal o cual dama, o si la frustrada presidenta de la Comisión de Juicio Político, la libertaria Marcela Pagano, sufrió un surmenage tras ser extorsionada con la divulgación de fotos íntimas de su celular robado.

Mientras tanto, avanza implacable con el ajuste y se jacta de haber logrado un superávit del 0,2 por ciento mientras la actividad productiva y comercial desciende a los infiernos de la bancarrota, con paralización de fábricas automotrices, retiros voluntarios en otras plantas y drásticas reducciones de personal en distintos rubros de la economía privada. Todo como efecto colateral de su receta implacable: no volcar un solo peso del Estado en finalidades sociales.

La motosierra para el recorte de gastos se aplicó en rubros sensibles que afectan la ecuación doméstica de cada día. Miles de familias comenzaron por eliminar el servicio de Netflix, trasladaron a sus hijos de un colegio privado a uno público, eliminaron la carne de la dieta cotidiana y así hasta llegar a los escalones más bajos de la pirámide poblacional, donde los más débiles suprimieron la cena y convirtieron el almuerzo en un cocido con torta parrilla.

Grasa y harina consumen los argentinos en esta guerra contra la inflación que Milei declaró con los pobres como carne de cañón, con los jubilados sometidos a la carencia de medicamentos esenciales y un vastísimo universo de niños condenados a comer productos inferiores, sin proteínas, sin los nutrientes y las vitaminas para formar musculatura y desarrollar capacidades cognitivas.

Nadie, salvo los pediatras en los consultorios enclavados en los perímetros marginales de las metrópolis, mide el índice de crecimiento de los hijos malnutridos de esta nueva era en la que vale más el resultado macroeconómico que el deber constitucional de generar condiciones para una igualdad de oportunidades, máxima que el libertario presidente deplora con sus entrañas, hasta definir peyorativamente como “zurdos” a los millones de ciudadanos que marcharon hace 5 días.

Dice el sabio Nicolás Maquiavelo que los principados mixtos (y el de Milei lo es por cuanto conjuga un elemento nuevo representado por sus ideas anarcocapitalistas con elementos preexistentes traducidos en instituciones republicanas consagradas a lo largo de dos siglos de organización nacional) presentan el problema de que, quien los gobierne, debe -necesariamente- conservar las normas y formas del viejo esquema de modo tal que los súbditos conquistados le tomen aprecio y, al unísono, debe cumplir con las cambios prometidos para satisfacer las demandas de quienes lo ayudaron a llegar al poder.

Hace pocos días el analista económico Emanuel Alvarez Agis dio en el clavo al analizar aciertos y desaciertos de la estrategia económica de La Libertad Avanza. Ex viceministro de Cristina Kirchner pero consultor imparcial capaz de admitir y hasta destacar los logros del recién llegado, sostuvo en una entrevista con Ernesto Tenembaum que Milei hizo bien en devaluar y fijar un precio del dólar más competitivo para frenar la espiral inflacionaria. 

Eso dio como resultado lo que, hoy por hoy, es el gran producto que el Gobierno Nacional tiene para exhibir ante sus mandantes. Pero lo cierto es que tenía a mano otras alternativas menos dolorosas e igualmente eficaces. Porque, “¿Qué hace un padre de familia cuando reventó las tarjetas y se queda sin capacidad de tomar deuda? ¿Deja de alimentar a sus hijos o achica por otro lado?”, reflexionó Agis.

Para el consultor, el talón de Aquiles de la política mileista es que ajustó por donde no debía. Les quitó presupuesto a las universidades, licuó ingresos a los jubilados y les sacó la comida a los chicos pobres. Mientras tanto, superempresarios enclavados en distritos beneficiados con exención de impuestos como Tierra del Fuego siguieron disfrutando de la dádiva estatal, como también las Fintech que crecieron bajo la sombrilla protectora del Estado.

“Tenemos un primo al que ayudamos a crear la compañía más exitosa de Latinoamérica (en alusión a Mercado Libre), pero sigue recibiendo subsidios. ¿Por qué?”, se preguntó Agis en una explicación descarnada acerca de la pérdida de legitimidad que comienza a experimentar la administración Milei a medida que sus acciones y decisiones diluyen la expectativa de sus propios votantes.

Volvamos al gran analista de la política renacentista. Maquiavelo, muchas veces catalogado como ingeniero del mal, en realidad aportó con su obra “El Príncipe” una bitácora para la unión de la Nación italiana y lo hizo con una didáctica despojada de eufemismos que se aplica en la actualidad con sorprendente precisión. Veamos: “Muchos vasallos se prestan con gusto a cambiar de señores creyendo que el cambio es ganancioso”, hasta que el nuevo príncipe ejerce el poder sin la inteligencia necesaria para seducir a los nuevos adherentes y conservar a los antiguos”.

De pronto, a causa de sus propios errores, el príncipe “tiene como enemigos a aquellos a quienes ha perjudicado con la ocupación, pero tampoco puede conservar la amistad de quienes lo colocaron en el señorío, porque ni puede cumplir las esperanzas que se habían concebido, ni puede valerse abiertamente de medios violentos contra aquellos mismos que lo respaldaban, pues siempre necesitará de la benevolencia de los habitantes para permanecer”.

Si Milei es el príncipe, debería revisar sus últimos movimientos y desdecirse de sus ramplonerías. No todos los que salieron a defender la universidad pública son comunistas. Muchos -la mayoría- son los mismos que en el balotaje inclinaron la definición electoral a su favor. Advierte entonces Nicolás Maquiavelo: “El príncipe no necesita vejar a sus súbditos ni hacerse aborrecer por vicios extraordinarios”, pues si hubo consenso para producir un cambio, lo puede haber para impulsar otro cambio.

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